Un exoplaneta hecho de agua.
A cuarenta años luz de la Tierra se encuentra un enorme planeta formado en su mayoría por agua y rodeado de una densa atmósfera de vapor. La composición de este extraño mundo acuático ha sido analizada por un equipo de investigadores del Centro de Astrofísica Harvard-Smithsonian empleando el telescopio espacial Hubble de la NASA.Este planeta acuático, llamado GJ1214b, fue descubierto en 2009 y es el primero que se conoce con estas características. "No se parece a ningún planeta conocido hasta ahora," explica Zachory Berta, autor del trabajo, "una gran parte de su masa está hecha de agua." Además, los científicos han explicado que debido a las altas presiones y temperaturas, en este exoplaneta se podrían formar materiales tan exóticos como hielo caliente o agua superfluida.
Los científicos han aprovechado el momento en el que GJ1214b cruzaba por delante de su estrella ya que la luz de la misma, al filtrarse a través de su atmósfera, puede revelar la composición de los gases que la contienen. Los resultados, publicados en The Astrophysical Journal, han confirmado que la gruesa neblina que recubre al exoplaneta no era simple bruma, sino vapor de agua.El diámetro de este planeta acuático es casi el triple del de la Tierra, y su masa siete veces mayor. Los astrónomos han estimado que esta súper-tierra tiene una densidad de unos 2 gramos por centímetro cúbico, mucho menor que la de la Tierra, lo que indica que en GJ1214b hay mucha más agua y menos rocas que en nuestro planeta
Los océanos, cada vez más ácidos
Gran parte del dióxido de carbono (CO2) que los humanos emitimos a la atmósfera, derivado fundamentalmente de la quema de combustibles fósiles, se disuelve en el agua de mares y océanos, que se acidifican progresivamente. En concreto, más del 30% de las emisiones antropogénicas de CO2 pasa directamente a los océanos, según concluye un estudio internacional publicado en el último número de la revista Science. La acidificación perjudica a muchas formas de vida marina e interfiere, por ejemplo, en el desarrollo de especies que construyen caparazones o esqueletos de carbonato cálcico, como los corales o los moluscos. Puede afectar también a especies del fitoplancton, que constituye un eslabón esencial de las redes tróficas marinas, ya de que de ellas dependen los peces, crustáceos y otras especies.El trabajo, en el que han participado investigadores del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), de la Institució Catalana de Recerca i Estudis Avançats (ICREA) y de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB), pone de manifiesto la magnitud y gravedad del cambio antropogénico en la química marina. Según los autores, aunque a lo largo de los últimos 300 millones de la historia de la Tierra la química oceánica ha sufrido profundos cambios, ninguno de ellos parece haber sido a la vez tan rápido, de tanta magnitud y tan global como el que está ocurriendo en la actualidad.
Gran parte de la investigación sobre esta problemática se basa en experimentación en acuarios que simulan escenarios futuros de acidificación y evalúan la respuesta de los organismos. Para este estudio, por el contrario, se ha analizado el registro geológico mediante análisis paleontológicos y geoquímicos y se ha buscado eventos pasados de acidificación marina para detectar posibles efectos en la biota marina.
El estudio ha detectado momentos previos de la historia de la Tierra asociados con una profunda acidificación, como el máximo térmico del Paleoceno-Eoceno, hace 56 millones de años. “Debido a emisiones volcánicas y a la desestabilización de hidratos de metano congelado en los fondos marinos, se liberaron a la atmósfera grandes cantidades de carbono, de una magnitud parecida a la que los seres humanos podrían llegar a emitir en el futuro. Durante este evento tuvieron lugar grandes extinciones, sobretodo de faunas bentónicas. No obstante, la inyección de CO2 fue, como mínimo, 10 veces más lenta que la actual, lo que augura consecuencias más catastróficas al cambio antropogénico actual”, detalla Carles Pelejero, investigador del Instituto de Ciencias del Mar del CSIC y de ICREA.
El registro geológico proporciona detalles sobre los cambios biológicos asociados a otras grandes perturbaciones globales, como la gran extinción acaecida tras el impacto del asteroide que marcó el final del Cretácico, hace 65 millones de años, evento en el que se cree que también se acidificaron los océanos. Otras extinciones, como la del final del Triásico, hace 200 millones de años, y la del final del Pérmico, hace 252 millones de años, también pudieron implicar un importante proceso de acidificación.
“A la vista de los impactos que detectamos a través del registro fósil, no queda ninguna duda de que deberíamos atacar cuanto antes el problema desde su raíz, adoptando medidas para reducir inmediatamente nuestras emisiones de CO2 en la atmósfera”, concluye la investigadora Patrizia Ziveri, de la Universidad Autónoma de Barcelona.
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